Lo que pretendía ser una demostración de fuerza electoral en la Tercera Sección terminó siendo una postal de debilidad política y rechazo social. La caravana encabezada ayer por el Presidente Javier Milei y su hermana Karina, Secretaria General de la Presidencia, junto al Diputado y candidato nacional José Luis Espert fue interrumpida abruptamente en Lomas de Zamora cuando un grupo de vecinos reaccionó con gritos, insultos y piedras contra la comitiva libertaria, obligándolos a retirarse de manera precipitada.
El operativo de seguridad no pudo contener la tensión: las imágenes muestran a Milei y Karina refugiándose en la camioneta que los transportaba, mientras el diputado José Luis Espert escapaba en motocicleta entre el tumulto. La caravana se disolvió entre escenas de desbande, bajo un clima de humillación y descrédito para el oficialismo.
El episodio no se explica solo por la bronca coyuntural: llega en un momento en que los denuncias de corrupción golpean con fuerza al Gobierno. Los recientes trascendidos sobre las variadas acusaciones sobre manejos turbios en el entorno presidencial alimentaron el malestar que se expresó en la calle. Para amplios sectores sociales, la bronca contra Milei dejó de ser solo por los efectos de su plan económico y empezó a teñirse también de la indignación por la corrupción.
Una vez resguardado, el Presidente intentó capitalizar el hecho en redes sociales acusando a “los kukas” de orquestar el ataque. Sin embargo, los videos y testimonios de vecinos muestran que el rechazo espontáneo de la población fue el verdadero factor que forzó la retirada. Joel Domínguez, quien se manifestó contra el Presidente, le dijo a The Associated Press que “uno nunca quiere la violencia, pero es tanta la injusticia y la hipocresía. Tengo a mi hija con discapacidad y nos pega de manera directa. No hay ningún tipo de reflexión, ni autocrítica porque no le importa”.
En lugar de un acto de campaña, la jornada en Lomas de Zamora terminó siendo un símbolo de aislamiento político: el oficialismo ya no enfrenta solo la resistencia institucional y económica, sino que empieza a chocar con un desgaste social creciente, marcado por la desconfianza y la bronca popular que generan los escándalos de corrupción.